Rotos por dentro, musculosos por fuera: lo que esconde la vigorexia en los adolescentes

 Rotos por dentro, musculosos por fuera: lo que esconde la vigorexia en los adolescentes

Image by drobotdean on Freepik

La báscula permanece en la encimera de la cocina. Pablo pesa la comida, mide los carbohidratos, la grasa y la proteína que ingiere. Eso sí, nada de azúcares. Solo grasas buenas como el aguacate o la crema de cacahuete. Hoy toca arroz y pollo. Ayer otro tanto de lo mismo. No importa que no tenga hambre, tiene que comer sí o sí para alcanzar esas 5.000 calorías diarias que se propuso, y que raciona en 5 comidas. Todo con un objetivo: conseguir un superávit hipercalórico y, por tanto, el aumento de masa muscular. Más tarde irá al gimnasio y se rodeará durante horas de pesas y máquinas.

Todo empieza así. Haces deporte, te ves mejor, vuelves a entrenar y, entonces, casi sin darte cuenta, quieres más, nunca es suficiente y se te va de las manos. Ese hábito, que hasta entonces se consideraba como algo saludable, se transforma en una obsesión, en tu refugio. Es el llamado complejo de Adonis o vigorexia. La obsesión de hacer ejercicio de manera compulsiva para alcanzar un estado corporal que nunca es suficiente.

El mismo día que cumplió los 16 años, Pablo se apuntó al gimnasio y, desde entonces, nunca se ha saltado un entrenamiento ni una comida. “Si no me tocaba en la dieta, no me tocaba, aunque fuera una loncha de pavo”, argumenta. Cuando queda con sus amigos muchas veces se lleva su túper de arroz y pollo. Lleva 4 años sin beber ni una gota de alcohol e intenta no salir de fiesta porque “eso supone no seguir con todo lo estipulado para el día siguiente”. Su objetivo es claro: competir y “llevar al máximo mi cuerpo”. Solo se considera vigoréxico en “algunos aspectos”, pero reconoce que hay veces que piensa que “debería soltar el acelerador”. “Lo piensan mi familia, mi novia y mis amigos”, añade. Hace cinco años, cuando todo comenzó, nadie lo entendía. Pero pronto sus familiares y sus amigos se acostumbraron a que Pablo pesara cada alimento y pasara tantas horas en el gimnasio con un preparador.


La conducta obsesiva no solo se refleja en las horas que pasan estas personas en el gimnasio, también en la excesiva atención a la dieta, que se caracteriza por un consumo exagerado de alimentos proteicos bajos en grasas. “El problema es cuando esa obsesión va en aumento y cada vez pasan más horas en el gimnasio”, explica Carlos G. Navajas, psiquiatra, experto en TCA y director médico del centro CITEMA (Centro Integral de Tratamiento de los Trastornos Alimentarios y Emocionales en Madrid). Pasar 20 horas semanales rodeado de máquinas y pesas, es decir, unas 2 o 3 horas diarias, “es una señal de alarma”.

Para las personas vigoréxicas todo gira en torno al deporte y prescindir de él les parece muy complicado, hasta tal punto de que son capaces de llevar la oficina al gimnasio. “Tenía pacientes que, con el teletrabajo, se iban al gimnasio a hacer pesas y, cada tanto, teletrabajan”, cuenta Andrés Quintero, psicólogo especializado en psicológica clínica, en adicciones y en trastornos del impulso en CEPSIM (Centro Psicológico Madrid). 

La necesidad de ir al gimnasio y estar durante horas ahí es tan fuerte que no pueden abandonarlo, lo que implica que acaben reduciendo sus “actividades sociales”. “Muchas veces no están vinculadas a la ganancia muscular ni al mantenimiento de su situación física, más bien todo lo contrario. Salir a comer, tomarte una copa o trasnochar son planes de ocio que les alteran mucho”, cuenta el psiquiatra Navajas. Al final, dice, “afecta a todos los ámbitos. Se descuida a los amigos y familiares”.

Normalmente se trata de personas que, detrás de esa obsesión de parecer perfectos, tienen una autoestima delicada y una autoexigencia muy alta, y “encuentran dentro del gimnasio una vía directa para tener una satisfacción desde un punto de vista físico, que siempre es más sencillo que el emocional”, explica el doctor Navajas. Además, advierte que “esa satisfacción es falsa y genera el efecto totalmente contrario”. “Si no puedes llegar a eso que te has propuesto llegas a un estado de ansiedad”, añade.


Estos comportamientos pueden llegar a hacerles mucho daño. “Hay personas que llegan a tal punto, que no pueden estar sin hacer ejercicio físico, y cuando tienen lesiones, siguen haciendo deporte”, expone el psicólogo Quintero. Además, otro de los problemas según indica es que “si el deporte y la alimentación no son suficiente, pueden llegar a tomar sustancias anabolizantes”. Es la cara B de la vigorexia: los esteroides anabolizantes que se suministran cuando su cuerpo no llega a más.

El complejo Adonis afecta sobre todo a hombres de entre 18 y 35 años. De hecho, el paciente medio del director del centro CITEMA, es un varón universitario de 23 años que va todos los días al gimnasio. “Cuando sale de clase, empieza a hacer prácticas, y el nivel de exigencia no le permite ir tanto al gimnasio, esto le empieza a afectar, y empieza a dejar de lado su vida social o a dormir menos horas porque le cuesta mucho tener que prescindir del gimnasio”, explica.

Las redes sociales no ayudan

Ambos expertos coinciden en que cada vez tienen más pacientes con esta patología. En España, según un informe del Colegio de Farmacéuticos de Barcelona, se calcula que hasta 700.000 personas podrían tener este trastorno. Las redes sociales tampoco ayudan. En Instagram y TikTok millones de usuarios son testigos de cuerpos delgados, pero fibrosos que, inevitablemente, hace que te compares. Sin ir más lejos, un estudio publicado en ‘The Journal of Social Media in Society’ en 2020, que analizó 1.000 publicaciones de Instagram dirigidas a hombres jóvenes y creadas por hombres, llegó a la conclusión que aquellos que se afanaban en mostrar cuerpos musculosos y delgados recibían un mayor porcentaje de comentarios positivos.

Al tercer año de que Pablo entrara en este mundo, empezó a compararse con los demás en redes sociales. “Mira qué hombro tiene este”, “mi espalda está bien, pero su pierna está mejor”, pensaba. Hasta que, a los meses, cuando no pudo más, se desactivó la cuenta de Instagram. “En este mundo no debes compararte porque siempre va a haber gente con mejor genética que tú. Si lo haces es porque te gusta, no para ganar al vecino”, confiesa. 

Al igual que con cualquier trastorno o enfermedad, la vigorexia se caracteriza por la ausencia de conciencia de la enfermedad. Pero, a diferencia que la anorexia, “que se evidencia mucho más físicamente”, “inicialmente en la vigorexia estás en una situación sana y musculada de ir al gimnasio”, explica el doctor Navajas. Por eso, advierte, “el entorno tarda mucho más en pedir ayuda”. De hecho, los expertos consultados en este reportaje aseguran que la mayoría de sus pacientes acuden por recomendación de amigos o familiares, y no creen que tengan un problema. “Algunos vienen de una manera contemplativa, es decir, que en cierta manera lo reconocen y lo niegan a la vez. Se escudan mucho en el “no consumo drogas ni alcohol, cuando muchos consumen esteroides, anabólicos o anfetaminas, que es un tipo de drogas que si no se controla pueden crear muchos problemas”, advierte el psicólogo Quinteros. 

El gimnasio: su refugio

Generalmente son personas que les cuesta mucho expresar sus emociones y por eso lo canalizan todo a través del ejercicio. El gimnasio se acaba convirtiendo en su refugio. Ambos coinciden en que “a los varones les cuesta mucho más que a las mujeres pedir ayuda”. El problema es que “no les han enseñado a manejar los emociones, sobre todo las negativas, y no saben compartirlas”, indica Quinteros. 

La primera parte del tratamiento es precisamente reconocer el problema, y ser consciente de que “aunque esté haciendo algo que supuestamente es bueno para la salud, le está perjudicando”. Controlar el tiempo que se pasa en el gimnasio, ir a la raíz del problema y reconocer las causas de por qué el paciente se ha comportado así, es clave. Para ello, como explica el psicólogo, “hay que transformar que el concepto de actividad física sea de disfrute y no por la validación directa de nuestro físico como tal”. Al final, dice, “son procesos largos que necesitan mucha ayuda y ser constante”.

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